Pequeña anti-guía para armar un viaje lento.

Bienvenidos a una anti-guía de viaje. Una que está hecha desde lo muy específico hasta lo más general, pero todo desde mi experiencia viajando el mundo. Puede que le sirva, puede que no, pero precisamente por eso la escribo.

Tengo que aclarar cosas. A ver: no soy millonario y dudo mucho que lo sea en un corto tiempo. Sí, me gusta viajar y creo que a mi edad he recorrido muchísimos lugares que de niño imaginaba con visitar. Tengo muy en claro que contar historias de las pasiones de mi vida y que viajar es el medio que más me ayuda para ello.


El mundo es complejo pero en esa misma complejidad hay lugares en común con los extraños. Se que viajar puede darle pánico a algunos (hay gente que no le gusta viajar, y esto está bien, no tiene porqué gustarle) pero con el tiempo uno termina confiando en los extraños siguiendo la ruta de la perspicacia.

Un viaje es solamente un recorrido, y eso no es sinónimo de diversión. Suceden muchas cosas: puedo deprimirme, perderme o tener una enfermedad. Pero lo más importante es que hay lugares que no son para divertirse, que son para visitar con otro comportamiento. Estamos en un mundo tan globalizado donde te venden las experiencias de viaje como la cosa más feliz del mundo y eso lo extendemos a todos los lugares que visitamos para luego terminar tomándonos una selfie en un campo de concentración.

Y no, viajar no es esa fórmula mágica que te cura el cáncer.

Año tras año pienso en esto y cada vez me ratifico: cada quien tiene relatividad en sus privilegios (de hecho, viajar es por si, un privilegio) Y estos pueden ser tan diversos que van desde el sexo, el país de origen, el dinero, la religión o el color de piel. Lo que para otro es fácil, para mi tal vez no lo sea. Por eso es que no sigo blogs ni cuentas de viajes, pero de eso hablaremos más adelante.

Por eso, debería empezar esta lista con el dinero.



10. La plata.


Sí, hay que tener una base para arrancar. Aunque saben que tengo un OnlyFans, la verdad es que lo abrí en el periodo de mi vida donde menos viajé y cuando ya tenía sesenta países visitados.  Priorizo los gastos separándolos entre necesarios y suntuarios. Me gusta dividir el número de días de los que dispongo entre el dinero que tengo, así estimo un presupuesto diario con el cual cubrir transporte, alimentación y hospedaje.


Una de las cosas más peligrosas son las deudas. Pago el costo del pasaje antes de que el viaje comience y que el dinero ahorrado sea para los gastos durante el mismo. No creo que por no ser millonario sólo me puedo costear paquetes turísticos de supermercado o aventuras que rayan en la indigencia. Yo se que viajar suele ser extenuante, pero también muy gratificante.


9. El presente.


Me armo de herramientas que me proporciona el presente en el que vivo. Hay páginas para poder consultar o las mismas empresas de transporte que permiten elegir el vuelo, bus o tren más económico en un rango de tiempo determinado.  Bajo mapas offline, instalo aplicaciones de productividad. También leo sobre la historia de los lugares que visito, pero también leo sobre trampas de turistas y fraudes. Soy consciente que vivo en una época donde tengo acceso a la mayor cantidad de información desde mi mano.

8. El cronograma.

Lo más importante con esto del cronograma es no trasladar rutinas de mi vida cotidiana a mis viajes. Estoy fuera, cada hora cuenta. No voy a ponerme a calcular todo como si fuera una oficina, ni a hacer las mismas cosas que hago cuando estoy en casa. Luego llego del viaje y llego peor de cansado. Por ejemplo, mi contenido en redes lo edito es cuando estoy en la comodidad de mi hogar. Y cuando trabajaba en una oficina, lo que menos hacía era programar el día de viaje como si fuera un cronograma de trabajo. Después de los cálculos, es hora de aterrizarlos.

Hago un bosquejo del cronograma día a día. Es importante claro, calculare en ese cronograma el tiempo del aeropuerto o terminal de transporte y sus posibles demoras; tiempos de traslado, en si es verano o invierno (en serio, el número de horas de sol cuenta mucho) y qué destinos recorrer en ese lapso.

7. La improvisación.


Siempre le dejo espacio a la improvisación: unos días de verdadero descanso o de hagoloqueseledélagana no caen mal. Evito ir a diez puntos de interés en dos horas. No estoy en mi Amazing Race. Prefiero dedicarle dedíquele tiempo prudente a eso que considero importante. La selfie en la Torre Eiffel no va a servir de nada si se me quedó pendiente ese sitio de París que siempre quise ir.

18 ciudades en 17 días significa que va a pasar más tiempo sentado en un bus que conociendo.


6. El hospedaje.

Normalmente tenemos esa idea de que para viajar barato, hay que hospedarse en un hostal o en la cama del perro del amigo de una prima del vecino. Compartir espacio con once personas ayuda a economizar dinero en ciertos lugares, pero en otros sitios, un cuarto de hotel cuesta lo mismo que una cama de hostal. En otros, hospedarse con un anfitrión es mejor que un hotel. Cada sitio tiene sus dinámicas. Por ejemplo, prescindo de usar Airbnb cuándo viajo solo. La sola taza de limpieza en algunos sitios es tan astronómica que me decanto por otras opciones, aparte que termino haciendo en una casa en otro país lo mismo que hago en la mía.

A propósito de lo anterior, los gringos tienen una linda frase a la hora de buscar finca raíz: location, location, location. No es muy profunda que digamos, pero tiene su fondo. Muchas veces prefiero pagar más por un hospedaje que está a dos pasos de los lugares que quiero a quedarme gratis donde la tía lejana que vive a dos horas de distancia. Tampoco es que todo deba quedar reservado antes viajar, muchos destinos son poco visitados y al llegar uno encuentra hospedajes muy baratos o en el camino, conoce gente con la cual compartir cuarto, carpa o hasta casa.


Aunque no sea lo más cómodo, muchas veces pernoctar en un bus o en un tren cuenta cómo hospedaje y también sirve para ganar tiempo: revise fotos de los asientos y su servicio a bordo (de verdad: muchos buses afuera le dan hasta café y cobijas).

5. El transporte.

No descarto ninguna opción en el transporte, siempre hay promociones. He conseguido pasajes en tren bala o en avión que no varían mucho comparados con ir en tren regular o en un bus que se demora días. Pienso en todas las formas de transporte existentes, incluso en las poco convencionales, y las barajo en términos tiempo vs. costo vs. experiencia –por ejemplo, atravesar los Alpes desde Italia hasta Alemania ofrece mejor vista en bus y apenas toma un par de horas más que en los trenes que hacen la mayor parte del recorrido entre un túnel–.  La frase de cajón “el tiempo es oro” resulta muy coherente cuando el viaje es limitado, como unas vacaciones del trabajo. Y ni hablar de los viajes de alta exigencia física, esos requieren tiempo de preparación. Yo sé que no puede subir media cuesta en bicicleta, menos voy a trotar desde Moscú hasta Bangkok.

4. La comida.

Comer tiene más opciones que destinos en el mundo. Yo era de esos ultra-puritanos de “oh “que horror comer en McDonalds en Japón” y un día terminé haciendo en Gringolandia (sí, existe). Puedo comprar ese vistoso wrap forrado en plástico en el supermercado, comer hamburguesas donde el payaso, ir a restaurantes donde no lo dejan entrar sin corbata o la comida callejera. Me doy el chance de conocer cosas que normalmente no probaría. En todos lados hay sorpresas, no por nada de las mejores cosas de Tailandia es su sandwich de jamón con queso del 7/11.

3. La maleta.


La ropa es lo menos importante. No me maten. No me refiero al nudismo (aunque tampoco me molesta), pero al final la ropa barata (o de segunda) se encuentra en todas partes, si es que llego a necesitar. Viajo con apenas lo necesario. Apenas llevo ropa suficiente para sobrevivir una semana, porque lavanderías existen en casi todo el mundo. Alisto los dispositivos que voy a usar en el viaje, el dinero (si lleva tarjetas, avísele al banco cuando vaya a salir del país), requisitos migratorios, ropa interior, los zapatos más cómodos que tengo y, por último, las prendas de vestir.

Pienso mucho en mi comodidad. Que la maleta de rueditas se ve bien, pero subir las cuestas de Lisboa o de Taxco con eso, me quitan las ganas ¿Y las enormes backpack de mochilero? Sí, otro estereotipo que llenar pero a menos que vaya al Amazonas por meses, con un buen morral me basta. Estuve con uno durante nueve meses en el Sudeste Asiático.

2. Los gustos.

Pienso en las cosas que me gustan y en las que no. Tendemos a seguir las guías de lugares que nos encontramos en redes sociales como si fueran verdades contadas: “estos son los diez sitios más hermosos” o “este lugar no te lo puedes perder”, por el estilo. Gente, eso fue hecho bajo el criterio del creador. No todos gustan las mismas cosas. Si no me gusta ir de rave, ¿entonces para qué apunto los mejores clubes de Berlín? No me voy a engañar a mí mismo. De hecho, he recorrido 65 países y a duras penas sigo cuentas de viajes, prefiero mil veces cuentas que me hablen de historia o de arte.

Es lo que a mi me gusta.


1. El lugar.

Finalmente, viajo a lugares y no a épocas. Mis experiencias “románticas” de viaje por lo general acaban siendo fracasos porque no coinciden con la época en la que estoy viajando y noto que esto frustra a muchos que tienen la oportunidad de salir a un territorio extraño. Todas esas rutas son heredadas de otros que han hecho rutas similares. Y así, terminamos por desfigurar la experiencia de un sitio.

Tengo muy presente que las rutas de viaje que tanto encuentro son heredadas de otros que han hecho rutas similares en el pasado. Claro, los tiempos cambian: que la autenticidad que llevamos en la cabeza sobre un sitio, solo sea un impulso nostálgico de un recuerdo no vivido.


Mi guía de viaje es mi curiosidad. Me dejo llevar por ella, exploro los lugares que se me cantan las turmas y disfruto estar en un presente que me lo permite. ¿Quiere ver un edificio que todos dicen que es feo? ¿Quiere hacer cruising? ¿Quiere comer donde el payaso feliz? Hágale.

Al final es mi viaje. Es lo que me gusta, es lo que me mueve, es lo que puedo hacer y hasta dónde puedo llegar. Que no he ido a países que debería, pero he ido a otros que me daban curiosidad. A mi.

Y al final es lo nos debe importar.



Este texto es una revisión de un artículo publicado en Bakanica el 26 de mayo del 2016.