Estoy en una montaña en Georgia, intentando entrar a un monasterio solo porque la curiosidad me empujó a ello. Pero estaba cerrado, había perdido el penúltimo bus de regreso a la ciudad y, para colmo, estaba rodeado de vacas.
Entonces, encontré un clavo.
Horas antes, un bus pasaba detrás de la Ópera de Kutaisi con un letrero que decía "Gelati", el nombre de un monasterio declarado Patrimonio de la Humanidad. No tenía planes, así que estiré la mano y subí. Terminé siendo el único pasajero. Aunque podría parecer un viaje triste, la verdadera sorpresa de Gelati era otra.
Fundado en 1106, el Monasterio de Gelati es una joya de la Edad de Oro de la Georgia medieval. En su época, fue el epicentro de la cultura, la educación y la ciencia en el país. Teólogos y científicos se reunían aquí, convirtiéndolo en el centro intelectual más importante de la antigua Georgia. Era el "Olimpo" de la educación, la ciencia y la religión, un monasterio consentido por la realeza y ricamente adornado con iconos, libros y tesoros. En su apogeo, reflejaba el poder y la alta cultura del cristianismo oriental.
Mientras recorría el complejo, me atraparon las capillas laterales. Algunas estaban en penumbra, así que encendí mi linterna y, de inmediato, sentí que me convertía en un explorador descubriendo rincones ocultos. Sin embargo, la iglesia principal estaba en restauración. Mi ilusión de ver uno de los mejores mosaicos bizantinos fuera de Bizancio se desvaneció en un "veremos". Frustrado y con varias horas libres, revisé el mapa y encontré algo que llamó mi atención: en lo alto de la montaña había otro monasterio.
"Si este lugar era tan importante, entonces todos los monasterios de la zona deben ser la putería, ¿no?", pensé.
Sin pensarlo mucho, empecé a subir. Sobre el mapa, el camino parecía fácil, pero en la realidad era una pendiente infernal. Sabía que, si continuaba, perdería el penúltimo bus, pero ya estaba en marcha. Al llegar, me encontré con un monasterio cerrado, sin nadie a la vista y sin siquiera un buen clima que al menos me regalara una vista del valle. Para colmo, la única compañía que tenía eran unas vacas que rumiaban con indiferencia.
"Debí quedarme abajo viendo los murales", pensé mientras emprendía el descenso.
Fue entonces cuando noté algo que había pasado por alto: detrás de una piedra, había una reja. Y tras esa reja, una pequeña capilla solitaria en medio de la nada. No parecía formar parte del complejo de Gelati, sino más bien un oratorio olvidado en la montaña. Me acerqué, abrí la reja y me encontré con un detalle curioso: un clavo sostenía la puerta de la capilla.
Miré a mi alrededor, esperando ver a alguien, pero no había ni un alma. Gelati sigue siendo un monasterio activo, pero en ese momento, lo que tenía frente a mí era un descubrimiento inesperado.
Dentro, una gruta cavernosa albergaba un tabernáculo con una Biblia abierta, como si alguien hubiera estado ahí poco antes que yo. Encendí mi linterna y me vi rodeado de imágenes: la vida de Jesús, la Anunciación, el nacimiento, frescos de reyes medievales. Era natural encontrar ahí a la Reina Tamar y a David el Constructor, los grandes impulsores de Gelati.
Esa capilla del siglo XVI, con su bóveda sencilla, estaba ahí, completamente a mi alcance, sin turistas, sin restricciones, sin guías. Justo lo que había venido a explorar. Me sentí como un niño, una mezcla entre Indiana Jones y Tintín, descubriendo un tesoro escondido entre los árboles.
Pero el tiempo apremiaba. Volví a colocar el clavo en su sitio, como quien cierra un cofre lleno de secretos, y comencé el descenso.
De vuelta en Gelati, esperé el último bus, preguntándome qué habría pasado si esa tarde me hubiera quedado en la cama, como tenía pensado. Pero ahí estaba, quemando minutos en los laberintos del medioevo. Nada de suposiciones, solo quedaba confiar en que el bus llegaría.
Y llegó.
Era el mismo chofer de la mañana, el que se había bajado a beber agua de un manantial en la montaña. Me miró, alzó el pulgar y con señas me preguntó si lo había disfrutado.
Asentí y le guiñé un ojo.
¿Qué más podía decir?
Todo por mover un simple clavo.