Las sílabas correctas

En Bali existe un baile ancestral que se celebra alrededor del fuego, cuyo único instrumento es la voz humana. Lo que comienza como un leve murmullo va creciendo en intensidad hasta convertirse en un torrente hipnótico de voces que parecen arrastrar a los bailarines a un frenesí casi místico.


En la épica cinta *The Fall* (2006) de Tarsem, Alexandria, una niña hospitalizada, es manipulada por un hombre herido que, a través de un relato fantástico, busca obtener morfina. En una de sus escenas más memorables, uno de los héroes cae en un ritual y es poseído por la naturaleza misma. *The Fall* me marcó profundamente: la pureza de su fotografía, libre de efectos especiales, el poder del storytelling y el viaje por el mundo que emprendió para ser filmada. Por eso, cuando tuve la oportunidad de viajar a Bali, no dudé en buscar el origen de aquella escena.

La religión de Bali es el hinduismo balinés, una fusión única de hinduismo, budismo y creencias animistas locales. Su fundamento es la armonía entre dioses, humanos y naturaleza. Los rituales incluyen ofrendas diarias (*canang sari*), ceremonias y danzas sagradas como el hipnótico Kecak.




Una noche, al salir de un centro de masajes, me encontré en la calle con la familia que me hospedaba. Mi anfitrión, con una sonrisa cómplice, me dijo que si regresaba más tarde al pueblo, podría presenciar una ceremonia Kecak en la que él mismo participaría. Sin pensarlo dos veces, decidí ir al templo Pura Dalem esa noche.

El lugar se transformaba bajo la tenue iluminación de las antorchas y el inconfundible aroma a queroseno. Durante el día, el templo vibraba de color, pero en la oscuridad adquiría una atmósfera mística, engalanado para el baile sagrado. El Kecak había comenzado.

El canto es un torbellino rítmico de voces humanas que envuelve los sentidos. Un coro de hombres repite en sincronía el sonido "cak-cak-cak", creando una atmósfera pulsante, casi magnética. Al principio, es apenas un murmullo, pero poco a poco se intensifica hasta convertirse en una vibración que llena el aire, atrapando a todos los presentes en su energía.

Las bailarinas entran en escena y, con movimientos precisos y expresivos, representan una historia del *Ramayana*. Rama y su esposa Sita, engañados en el bosque, se ven envueltos en una tragedia. Un rey demonio, cautivado por la belleza de Sita, envía a su sirviente, quien toma la forma de un ciervo dorado. Fascinada por la criatura, Sita le pide a Rama que lo capture. En el instante en que queda sola, es secuestrada.



En el reino enemigo, un aliado de Rama la encuentra y le revela su paradero. Con la ayuda de un ejército de monos, Rama enfrenta al demonio y rescata a Sita. Para probar su pureza tras el cautiverio, ella camina sobre fuego y sale ilesa. En ese instante, los bailarines dejan de ser meros intérpretes: se convierten en los personajes mismos.

Las voces se sincronizan en un crescendo fascinante. A través de una respiración controlada, los participantes entran en un estado alterado de conciencia. Están en trance. Los patrones rítmicos constantes, como en el Kecak, la música góspel o la electrónica, pueden sincronizar las ondas cerebrales, alterando la actividad mental y provocando sensaciones de relajación profunda o éxtasis.



El punto culminante del trance es el *Sanghyang Jaran*. Una fuerza invisible se apodera del cuerpo de uno de los actores, quien, vestido de caballo, se lanza sobre el fuego y camina sobre las brasas. Sale ileso, prueba innegable de que ha sido poseído. El baile termina, dejando en el aire una sensación de misterio y reverencia.

Aunque la historia del *Ramayana* se incorporó en los años treinta, la esencia del trance se mantiene intacta. A pesar del turismo masivo, las comunidades locales siguen preservando esta tradición ancestral.

De la mano de los dioses, quizá.