Todos los días, cinco monjes se despiertan para tocar las campanas en una ciudad-monasterio abandonada dentro de una montaña siendo los últimos huéspedes de una antigua fortaleza medieval.
Si existió algo semejante a Minas Tirith, es esto. Bienvenidos al Monasterio de Vardzia, Georgia.
Al margen del Río Kura y después de muchos kilómetros que me traían ensoñación de mi tierra, había llegado a ver un acantilado horadado desde hace siglos que conserva una historia muy particular entre los dedos de aquellos que no dejan atrás. Este no es un lugar común y corriente; tampoco podría decirse que es estéticamente atractivo o fácil de dibujar. Vardzia es un renglón de una época donde reinas, caballos, invasiones y saqueos horadaban los valles de tierras lejanas, apenas sacado de la mano de Tolkien.
Todo comenzó en 1156, cuando el Rey Georgi III viendo los acantilados del florecido valle del Kura, decidió crear un refugio para proteger a su gente en caso de un ataque. La empresa parecía una locura: la fortaleza tenía que excavarse dentro de la montana y ser invisible. Su visión era una empresa aterradora:
6.000 viviendas.
Trece niveles.
Veinticinco bodegas.
Un concilio.
Una entrada como recepción.
Sala del trono.
Templo y monasterio.
Georgi III era el real Anarion, el hermano de Isildur, constructor de la mítica Minas Tirith del Señor de Los Anillos.
Vardzia aparte tenía una sola forma de acceder a ella: para evitar que los mongoles asaltaran, se construyó una puerta secreta en el terraplén del río Kura, un boceto de lo que sentí cuando atravesé el torreón de vigilancia en lo alto de la montaña.
La empresa de Georgi III era tan ambiciosa que su vida no le iba a alcanzar para hacerla. Es por eso que su hija Tamar toma las riendas del reino y contraria a muchas críticas por su sexo, decide ser reina y rey a la vez. Entonces decide imprimir a Vardzia de santidad. Entrar a Vardzia no se puede tomar como una visita a una ruina cualquiera: esto es un monasterio gigantesco dentro de la roca. Tamar ve que su función además de resguardar el pueblo, es resguardar la fe. Poco a poco se vuelve una una ciudad santa, con 2000 monjes dentro de ella.
El monasterio, contenía una gran cantidad de objetos de valor de plata, oro y piedras preciosas, siendo descrito por cronistas como una maravilla que no se había visto desde Alejandro Magno. Se había domado la montaña y sus 6000 viviendas tenían hasta agua potable y vino. ¿Qué sería de un monasterio sin su iglesia? En el corazón del complejo, sujeta por apenas unos arcos está excavada la Iglesia de la Dormición. El corazón de esta "Minas Tirith" está forrado en murales que contienen escenas en secuencia de la vida y muerte de Cristo.
Justo en la entrada me encuentro un monje del monasterio, uno de los últimos cinco que aún quedan aquí que recién abría las puertas de la iglesia. Es lo último que queda de esa época de oro, porque la historia de Vardzia no fue tan buena como lo esperaban sus constructores. Si bien la ciudad sobrevivió a ataques que entre mongoles le asestaban, no pudo escapar a un poder aún mayor: la naturaleza. Casi un siglo después, un terremoto en 1283 destruyó más de la mitad del monasterio.
Vamos, la montaña era un queso gruyere.
Esto hizo que todas las habitaciones que antes estaban dentro de la fortaleza quedaran expuestas al paisaje, dándole la fachada hormiguero que tenemos hoy. Y aunque sobrevivió, en 1551 los persas atacaron, los monjes fueron asesinados y los tesoros, robados. Durante siglos estos túneles empinados que recorría estuvieron totalmente a la merced de los saqueadores. Los monjes ya no eran más que polvo, y quedaba el recuerdo de lo que fue el monasterio fortaleza más próspero de la región. Pero llegó el siglo XIX.
Un puñado de monjes ortodoxos que no había dejado de visitar el sagrado sitio, decide acensarse de una buena vez en las cuevas. Corría 1861 y varios monjes deciden subir a las cuevas para no bajar de nuevo. ¿La razón? No otra más que las historias contadas por generaciones. Con los años, y aún con la llegada de los soviéticos, estos monjes decidieron volver a habitar las cuevas. Los sistemas de agua potable aún servían y su fe seguía igual que en las épocas de Tamar. Sembraron vid como en las épocas medievales y los almacenes volvieron a tener vino.
Vardzia hoy parece "revivir" ante el turismo que se asoma pero en realidad está viva desde que esos cinco monjes, herederos de aquellos que decidieron hace 150 años terminar la obra de una lejana reina. No me sorprendo cuando regreso a Ajaltsije -la ciudad de la que parten los viajeros a Vardzia- a los herederos de aquella época que solo Tolkien pudiera describir. Esos que sin pose ni postal, hablan de épocas de reinos lejanos sólo con lo que han heredado.
Pura honestidad.