Una ciudad que se cae en el mar.

Existe un lugar abandonado que se cae a pedazos en el mar. Aunque fue evacuado en un par de horas, lleva cincuenta años esperando a que sus habitantes regresen antes que estos mueran de vejez.

Chipre, 1974.

En un famoso litoral mediterráneo -como vendría siendo Málaga el día de hoy- se desarrollaba un día común y corriente. Las grúas de construcción dominaban el cielo, los hoteles y restaurantes rebosaban de turistas y estrellas de cine.

El paraíso. ¿Su nombre?

Varosha. En este distrito de la ciudad de Famagusta, la vida parecía no detenerse hasta que el 15 de agosto de 1974 sus habitantes no pudieron dormir en sus camas al final del día. Aquí estoy, cruzando la frontera. Chipre es un país de la Unión Europea que esta dividido en dos partes, siendo la del norte bajo control turco desde 1974. Entre ambas partes hay una zona búfer bajo el control de las Naciones Unidas, minada y cercada.

Y en esa zona, Varosha.

Tras pagar un seguro y manejar unos kilómetros en zona militarizada, terminamos en la ciudad abandonada de Varosha. Y digo "terminamos" porque este viaje lo hice de la mano de K*, un grecochipriota cuya familia vivía en Famagusta y les tocó huir aquel día de la invasión.

A medida que caminábamos dentro de la ciudad, era evidente que el paso de la invasión había dejado huella en sus paredes. ¿Pero como empezó todo? Por los setenta, Chipre era gobernado por el arzobispo Makarios quien causaba fastidio ante el nuevo gobierno golpista de Grecia.

Desde siglos, Chipre es una isla con población turca y griega. Por ese entonces estaba en boca de nacionalistas la enosis, la unión con Grecia y precisamente la idea de sacar a Makarios para hacer eso posible también representaba expulsar a los turcochipriotas de la isla.

En ese caldo de tensión estaba Varosha, rebosante de turistas de todas partes de Europa. Su calle principal era un desfile de marcas y empresas turísticas por doquier.

"Mira, ahí en el Edelweiss mi padre me cuenta que iba a levantar chicas. Era su punto de encuentro" me dice K.

Hoy es un cementerio. Un cementerio de marcas y logotipos, de una idea de lo que era el placer y el relax del mediterráneo de los años setenta. El espíritu surreal de ver empresas que ya no existen, ofreciendo vuelos a destinos desde un aeropuerto abandonado también.

Ese 1974, en uno de esos veranos en donde los hoteles estaban a rebosar, la Junta Militar de Grecia decide hacerle un golpe de estado a Makarios. Las alarmas entonces saltan en Turquía, quienes ven con interés y preocupación a los turcochipriotas que están en la isla. Cinco días después invaden el norte de Chipre, en Kyrenia agarrando por sorpresa a los griegos. Fue tan rápida su intervención que en el ataque al aeropuerto de Nicosia los viajeros salieron huyendo y dejaron maletas y bebidas en los restaurantes, que siguen ahí aún hoy.


Mientras espantamos mosquitos y tratábamos de buscar algo de tomar con el calor, K me cuenta que Varosha estaba alarmada aunque aparentemente fuera de peligro.

Pero no era así. Luego de un breve cese al fuego, el 14 de agosto, los turcos retoman la invasión.

En la tarde, estaban a 20 kilómetros de Famagusta.
Al día siguiente, el día 15 de agosto a las 7:00 pm nadie quedaba en Varosha.

Nadie.

Los bares calientes. Los supermercados aún con productos y bebidas. Los locales con las máquinas encendidas.

Bienvenidos a la nada.

Aunque las escuelas se quedaron con ropa y donaciones para los evacuados del norte, Varosha quedó abandonada. Los enfrentamientos reventaron algunas fachadas de los recién inaugurados edificios racionalistas y de repente el mundo se detuvo para siempre.

Su padre fue uno de los que huyó para Limasol. Su casa quedó cerrada pero la gran cantidad de sus pertenencias se perdieron para siempre, seguramente como botín para los soldados. Ni siquiera pueden entrar porque los edificios "están a punto de colapsar", aparentemente.

De repente, caminando, le tiro de la camisa. "Mira, mira, mira al piso", le digo.



Billys.
Lena.
Sonia.
Laline.

Turistas o locales que vieron un cemento fresco de un andén en 1973 y dejaron su acto pícaro en el suelo, sin saber que serían arqueología en cuestión de meses.

Nos hicimos los dos a un lado, parecíamos bobos leyendo los grafitis, porque no esperábamos ver en el suelo rastros de una historia tan fresca.

Y en uno de ellos, EOKA. Ethniki Organosis Kyprion Agoniston. La organización nacionalista pro independencia en los cincuenta, que terminó haciendo el golpe de estado en 1974.

Mientras tanto, habían más turistas que se acercaban a ver porque estábamos tanto mirando al suelo. Si, habían más turistas. Varosha después de estar casi cincuenta años cerrada al público (si cruzabas, te llevabas un balazo) fue reabierta en el 2017.

Durante un tiempo, empezaron los turcos a amagar con la idea de volver a poblar Varosha. El problema es que según resoluciones de las Naciones Unidas, nadie puede vivir aquí sino sus legítimos residentes, los que se fueron dejando sus cocinas llenas de comida. Pero la confrontación puede más y las paradisiacas playas de Varosha vuelven a tener turistas, creando uno de los escenarios mas dantescos que existen en el planeta: vacacionar en una ciudad que se despedaza en el mar.

Que no le tomo fotos para mostrarles, no me creen. Las banderas de Turquía y la República de Chipre del Norte ondean en sus ruinas. Turcochipriotas y grecochipriotas pueden entrar a ciertas áreas de Varosha, más no pueden traspasar las viviendas.

El destino ha llevado a este lugar a ser un Museo de la Desolación.

"Creo que nunca volverán", me dice K refiriéndose a su familia. Su abuela ya falleció esperando volver a Varosha y siente que ese destino pesa sobre su padre.

Así como ellos, cientos, hasta que los herederos se cansen de esperar y no quieran luchar por una casa en escombros. Meses después, K me escribe diciéndome que le ha contado a su padre su visita y se ha motivado a volver a Varosha y recordar su juventud. No puedo dejar de pensar en la fragilidad de como en horas se puede perder todo.

Menos, que se quede aquello en una estampilla de correo.

Y que aunque lleve años explorando ruinas, la imagen de una ciudad fantasma como Varosha no se me borra.

Digo fantasma, porque aunque sus edificios están vacíos, sus edificios siguen habitados aunque sea en la memoria.