Tskaltubo, la otra Chernobyl.

Existe en Georgia una ciudad sacada de un cuento: sus edificios son ruinas de lujo soviético que se mantiene en pie por sus aguas sanadoras, refugiados de guerra y perros callejeros.

Todos hemos escuchado de Chernobyl pero, ¿han oído hablar de Tskaltubo?


"Imagina un trabajador de la Unión Soviética que tiene dolencias y se le prescribe un viaje a un paraíso de lujo", me dice alguien en un hostal vietnamita años atrás. Hablaba de Tskaltubo, ahora la "abandonada" ciudad de los perros.

Hoy, una meca del turismo oscuro. Muy oscuro.

Mi plan original era visitar Irán, pero el azar (o mi curiosidad extrema de hacer lo que se me da la gana) me empujaron a ese pin pendiente y enfrentarme a explorar las ruinas de la gloria de la Unión Soviética.

Bien, ni sé como comenzar a contarles esta aventura. Que sí, que terminé en Kutaisi, que busqué el bus que dijera "წყალტუბო" y que me trepara en él.

Que al llegar iba a encontrarme un enorme parque y entre su follaje, los edificios más absurdos de la imaginación.

Todo empieza en el Sanatorio del Ministerio de Defensa de la URSS, que ahora ha sido parcialmente renovado como hotel. Este era el lugar favorito de un sujeto llamado Iosef Stalin quien tenía una habitación privada y llevaba a Tskaltubo en corazón.




Stalin -que era georgiano- sabia de la fama del lugar por sus "aguas de la inmortalidad" desde el siglo VII y en los años treinta, visitó sus aguas termales aliviando su dolor de piernas.

Si ven el friso del Baño 6 aparece Stalin, trayendo la prosperidad a esta ciudad. Pero dentro de este baño hay una extraña pieza. Un enorme jarrón con imágenes los hoteles y sanatorios de Tskatulbo construidos durante la URSS, rematados con la bandera de la República Socialista de Georgia.

La evidencia de la edad de oro de la ciudad.

¿Y lo abandonado?

El abandono nos rodea: que el Sanatorio del Ministerio de Defensa esté restaurado y que el Baño 6 funcione es apenas un espejismo.

Dentro del parque me encuentro las ruinas del Baño 8, decorado con motivos silvestres y tinas radiales.

Y en la soledad, un ruido.




Un perro entra al edificio y se da un baño como si fuera su dueño.

En Tskaltubo los perros son una fábula. Verán, la razón por la que me interesé cuando escuché la historia, fue cuando me contaban que los perros se unen a ti mientras exploras los edificios y te cuidan.

Los perros son los dueños. Cuidan de quienes cuidan la ciudad. Lo fui a describir cuando me acerqué al Sanatorio Rkinigzeli y el guardia de seguridad calma al perro al ver que mi interés no era dañino.

¿Y porque hay un guardia, no era que estaba "abandonada"?

Hay vida en los hoteles y sanatorios abandonados de Tskaltubo, en muchos de ellos viven refugiados de la Guerra de Abjasia de 1992. Viven aquí como medida "temporal" que lleva treinta años y continúa.

¿Cómo llegó una ciudad de lujo a ser campo de refugiados?

Tras el colapso de la Unión Soviética, Tskaltubo entra en crisis al frenar el enorme flujo de turistas de un día para otro. Casi al unísono estalla una guerra en 1992, en una región llamada Abjasia que no quería ser parte de Georgia.

El hotel está ocupado sus refugiados.

Mientras me metía los pasillos, noté a una vecina llamando al celular. Yo sabía de antemano que no se puede fotografiar habitantes y que lo más seguro era que estaba llamando a la Policía.

Y SABEN PIROBOS, BINGO.

No pasó nada porque le mostré las fotos.

Pero el susto quedó.

Pero Tskaltubo está lentamente cambiando. Aún medio borracho y asustado (con dos cafés encima para que se me bajara), me fui al Sanatorio Sakartvelo al otro extremo del parque.




No hace mucho, este era un edificio residencial también, pero ha sido desalojado hace poco.

Resulta que hay un plan que busca que el país atraiga turistas y dándole estos edificios a inversionistas para su renovación. Los refugiados son re-instalados en otros edificios para ellos y ahora mismo, muchos hoteles y sanatorios están vacíos.

Entre esos, Medea.

ESTAS SON PALABRAS MAYORES.




Justo al entrar en ella, cae un aguacero mandado por la misma providencia que quería que explorara este sanatorio que fue desalojado hace no mucho. Entre los pasillos, giró mi cabeza y veo que tengo un guardián que me venía siguiendo.

Paco.

¿Sería verdad la fábula de Tskaltubo? ¿Que uno entra a esta ciudad y un perro aparece de la nada para cuidarte por todo el viaje, mientras te metes a lugares abandonados? ¿Que te ladra si siente que te estás metiendo en un lugar peligroso?




Lo cierto es que Paco se me había pegado justo a tiempo para entrar al que consideraba mi meca de esta exploración: Meshkahte, el más grande de todos.

¿El problema? Meshkahte está rodeado de una valla y no permite el paso. Pero nada es imposible para Paco.

Desde ayer estaba echando un ojo para ver por donde meterme y al constatar que no habían guardias (y con la ayuda de un local que me dijo que se hacía el loco), pude saltar la reja.

¿Y valió la pena entrar?

CADA SEGUNDO.

El Palacio de los Mineros aun conserva el teatro en perfecto estado, así como su salón de recepción. Aunque las habitaciones estaban vacías (muchos muebles fueron quemados para las largas noches de invierno), estos espacios de gloria soviética aún viven. Evidentemente con la ayuda de mi partner in crime, Paco.

La gloria de este edificio que en tamaño le puede dar mil vueltas a muchos palacios reales, está ahora en una pausa de agonía esperando una nueva vida.

Tskaltubo en sí no es coherente. Hay edificios restaurados, otros totalmente abandonados, otros en proceso de restauración...

Estos son de los de mayor cuidado, porque los perros sí pueden atacarte. En un momento, Paco hizo montonera con otros perros y al acercarnos a los dos últimos monstruos, salía a calmar a los perros guardianes para que no nos atacaran.




Monstruos como este, Metalurgist, el sanatorio de los trabajadores del metal. Mineros de Zestafoni o Chiatura tenían instalaciones especiales aquí, donde podían disfrutar de conciertos rodeado de los mayores lujos.

Aquí no se escatimó en detalles. La vieja lámpara de la recepción aún sobrevive, al igual que muchos objetos decorativos de las primeras dos plantas.

Esto porque la instrucción a los refugiados es que solamente pueden ocupar las habitaciones del hotel, mas no las áreas comunes.

El Sol sin embargo ya bajaba y tenía tiempo para uno más. Había notado que el guardia de Metalurgist era el mismo de Gelati, así que aproveché para pedirle permiso.

Con los perros calmados, Gelati sería el último de todos.

Una señora colgaba ropa entre muro y muro al final de un pasillo, mientras los perros jugaban en el patio donde jugaban los hijos de los turistas. Gelati posiblemente será último de los edificios que fueron cedidos a los refugiados antes de entrar en subasta pública.




Entre todo este silencio que desenvuelve Tskaltubo, cuya periferia aún tiene vida pero su centro está a la deriva de las infracciones del tiempo, no podía sino pensar en si existe un lugar así en el planeta.

Una fábula que parece abandonada pero no lo está. Donde sus locales te invitan a un vino en medio de una ruina, un perro te adopta y la nostalgia de la ruina, casi romántica te abraza.

Me recuerda el porqué visito lugares abandonados: es el patrimonio antes del patrimonio.

¿Y Paco? Me acompañó hasta la puerta del hotel, comió su última galleta del día y se despidió.

Llegué rápido a escribir párrafos que narro en este hilo para no olvidarme de este cuento vivido. Y lo hice para que me crean, como yo me lo creí años atrás en un hostal de Vietnam.