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El inframundo de Tierradentro

En las montañas de Colombia, existió un pueblo que construyó viviendas en la roca. Pero no para que ellos vivieran ahí, sino para vivir en el inframundo.

Enclavado en las montañas fértiles de Colombia se encuentra un lugar extraño e inaccesible, tanto, que los conquistadores decidieron nombrarlo Tierradentro. Sin saberlo, bautizaban de forma profética un rincón donde el inframundo sale a la superficie.

Esta exploración a Tierradentro empieza en el poblado de San Andrés de Pisimbalá, en el departamento del Cauca, en donde decidimos pasar las noches para explorar las tumbas.

Cuando les digo que Tierradentro le debe su nombre a la inaccesibilidad, no es broma. Explorar este sitio requiere cierta preparación física, especialmente para la ruta más dificil: la de los Hipogeos de San Andrés y El Aguacate.

Este lado de la geografía colombiana es tan complicado, que incluso hasta bien entrado el siglo XX, sirvió de refugio para grupos armados al margen de la Ley. Aquí viven los nasa, que es el grupo étnico indígena más numeroso de Colombia, con cerca de 120.000 personas. Claro, una de las razones de su supervivencia a la conquista fueron estas montañas. Pero Tierradentro se remonta antes de eso: estas tumbas/casas subterráneas datan entre 600 y el 900 d.C.

¿Quieren entrar a una? Vamos a San Andrés.

Cada una de estas tumbas tiene siempre algún tipo de escalinata talladas en la roca -de origen volcánico- en un patrón generalmente de zigzag o en caracol, con una profundidad de hasta 9 metros. Eran escaleras hechas para perdurar, eran escaleras para ser usadas una y otra vez.

¿Por qué si se supone que son tumbas?

Bueno, aquí es donde empieza la magia de Tierradentro. Son más que tumbas. Excavadas con simples cinceles, son viviendas. Las más grandes, con columnas incluso. Una bóveda en el techo. Murales, pintados en superficies recubiertas con un pañete de color claro, que alisaba la superficie para facilitar su pintura.

Solo piensen en el trabajo que se requirió para excavar las cámaras, labrar las columnas y escaleras y realizar las pinturas, todo ello adelantado con una tecnología básicamente de piedra. Pero ya les había dicho que esta exploración no era fácil y claro, decidimos hacerla por el lado más arduo. Estamos hablando de las montañas de Colombia, y eso significa que habrá lluvia cada rato. Entonces, subir al Alto del Aguacate es patinar entre senderos.


La subida de varios cientos de metros, hace que uno piense constantemente, cual era la razón de tener tumbas en tan inaccesibles lugares. Y más misterioso aún, tumbas que no son cerradas y ya, sino que después de hechas, seguían usándose. Cuando se llega al Aguacate, la cosa incluso cambia de escala. No es una. No son dos.

Son decenas. Una hilera de agujeros perforados en el filo más alto de una montaña. Una secuencia de puntos, como un pequeño pueblo de casitas del inframundo.

Una vez dentro, de nuevo, la vivienda. Aquí fueron encontradas numerosas urnas funerarias, por lo que se cree que estuvieron abiertas durante periodos relativamente largos en los cuales se pudieron hacer modificaciones arquitectónicas.

Cosa extraña, ¿recuerdan el Valle de Los Reyes en Egipto? Allá las tumbas una vez puesto el mortajo dentro, eran selladas para evitar que las encontraran. En Tierradentro pasa todo lo contrario: las tumbas quieren ser constantemente usadas.

Y no son una, dos, diez. Tierradentro consta de 160 hipogeos, de los cuales 79 están abiertos y uno colapsado. Todos, condensados en los filos de estas montañas.

Una vez coronado el Alto del Aguacate, es hora de bajar a una de las áreas de más fácil acceso de todo el lugar arqueológico, que fue reconocido como Patrimonio mundial de la Unesco en 1995 y administrado por ese museo que ven allá abajo. De nuevo, a esperar que la lluvia pase. Como si la geografía se dedicara a llorar sus muertos, los de hace siglos y los de ahora.

Segovia es el punto arqueológico más accesible del lugar. Es particularmente el más interesante, porque los hipogeos de este lugar están cargados de una particular y vernácula belleza. Solo llegar a él, pareciera llegar a una finca en algún pueblo. Mirar hacia dentro de sus bordes, es mirar adentro del inframundo mismo. Pero no el infierno aquél que pensamos que él -el mismo que los monjes de la conquista pensaron que era al definir estos yacimientos como obra del Diablo- sino del literal inframundo:

Un mundo abajo; tierra adentro.

Los hipogeos fueron vigorosamente decorados con nichos, escaleras, columnas antropomorfas y pinturas geométricas de serpientes y lagartos de color rojo, negro y blanco, reproduciendo aspectos de las viviendas de la elite. Porque aquí radica la belleza del inframundo, Los hipogeos eran sitios para que los muertos pudieran vivir. Los vivos, vivían en la superficie.

Entonces, para que los muertos siguieran con ellos, las tumbas solamente copiaban aspectos de las viviendas de la superficie.



Pintaban bandas para representar los postes y las vigas de madera de las casas de los vivos. Los patrones de los textiles, similares a las jigras cuetanderas de los nasa, pintadas en los techos. Los rostros de los que quedaron en la superficie.

El inframundo no era sino una prolongación de la vida en la superficie. Las familias visitaban estos mausoleos familiares constantemente, articulando la vida vernácula con la religiosa.

Las viviendas de la superficie ya no existen, pero nos queda Tierradentro para imaginar cómo vivían siglos atrás. Al crear viviendas para los muertos, los vivos no sabían que estaban explicando como ellos mismos vivían, cuando sus pasos aún se sentían caminar en estas montañas.

Montañas que no parecen decir que aquí se puede entrar al inframundo, porque son en sí mismas un paraíso.