Existe en México una casa que habla sobre lo crudo que es el amor. Una vivienda pensada no sólo en la pasión de una pareja, sino también en su drama y dolor.
Tanto que choca.
Existen obras de arquitectura hechas en el amor. En el amor eterno, en aquel que perdurará por siempre. En las relaciones que nunca mueren más allá de la muerte y en aquellas que dejan huella sobre la piedra.
Pero, ¿qué pasa cuando pensamos en lo que realmente es el amor, más allá de la poesía, del adorno, de la perfección?
¿De los cuentos de hadas?
¿De la vida perfecta?
¿Qué podrá salir de nuestras manos?
Corría 1929 en Ciudad de México. Un joven arquitecto muy vivaz llamado Juan O'Gorman, de 24 años, compra dos terrenos en San Ángel, en Ciudad de México para en ellos hacer su casa. En medio de un conservador barrio de Ciudad de México, hizo una casa que reunía todos los postulados de vanguardia, los más liberales, los más rompedores.
O'Gorman no era tonto. Él sabía que haciéndose su casa, en realidad estaba haciendo una vitrina de su talento.
Vidrios de piso a techo, materiales meramente necesarios y expuestos en su condición natural. Simpleza al máximo. Pilotes en la fachada. Luz, mucha luz para poder trabajar. En 1929.
En 1929, al otro lado del mundo, Le Corbusier estaba poniéndole los muebles a su Villa Savoye cerca a París, para que se hagan una idea de lo actualizado que estaba Juan O’Gorman con lo que pasaba en el mundo. Juan O’Gorman estaba muy bien conectado no solo con el mundo, sino con la socialité de México.
Es entonces que en 1931, gracias a sus contactos, le muestra su casita a un artista muy reconocido en ese momento, que se acababa de casar. Su nombre, Diego Rivera. Su esposa, Frida Kahlo. Frida y Diego no son la relación amorosa que todos piensan que es. En 1929, firman un hasta que la muerte los separe cuando Diego tenía 43 años y Frida, 22. Desde ese entonces, la relación no fue la relación ortodoxa y común que todos esperaban.
Juan O’Gorman, de nuevo, con 24 años, le dice a Diego que les puede crear una casa revolucionaria y vanguardista como su mismo amor y le vende el segundo terreno que había comprado. En un año, construye una poesía trágica sobre el amor.
La Casa Estudio de Frida y Diego.
Volvamos a la foto de la casa. ¿Qué notan de diferente a lo que podríamos pensar que debe ser una casa de una pareja de recién casados?
Que no es una casa.
Son dos.
Diego le pide expresamente a Juan, que haga dos casas estudio. Una para Frida, otra para él. En ambas casas, Juan empieza a poner en práctica todo aquello que mostró en su primera casa. Algo que notan desde que ven como están diseñadas.
Juan era un obsesionado con el diseño óptimo. El mínimo de gasto y esfuerzo por el máximo de utilidad. Entonces diseña todo, absolutamente todo así: minimalismo austero, duro, sin decoración, sin trampas, crudo.
Desnudo.
Una entrada al estudio de Diego Rivera, donde solo basta una escalera y un hueco en la pared para darnos la idea que aquí es por donde se entra. Su estudio, es un amplio espacio de doble altura donde el gran Diego Rivera se sentaría a crear. Su techo, desnudo, apenas mostrando con qué está hecho, da luz indirecta como si fuese pensado como un museo privado. Su habitación, un pequeño espacio apenas para una cama sencilla, que evidencia que para Diego lo más importante era su trabajo en el estudio que dormir. Los cables, expuestos y trenzados sin necesidad de empotrarlos en las paredes. Una arriesgada jugada para la época, donde el ornamento hacía gala en los edificios con cornisas, estatuas y capiteles.
Juan, solo pone lo necesario.
Porque tal vez es así como Juan piensa en el amor de Frida y Diego: tener lo necesario.
Por eso, en la Casa Estudio de Frida, las cosas cambian pensando específicamente para ella. Una casa azul, como el cielo, justo al lado de la casa de su esposo. Una casa más baja y accesible para Frida, quien, después de un accidente con tranvía, quedó con su cuerpo hecho añicos. De nuevo, aquí Juan hace gala de su idea de vivir con lo necesario. Perfiles limpios y austeros, lineas sencillas. Una escalera que salta de la fachada y que conecta el estudio de Frida con su habitación. O’Gorman se adelanta a todo el funcionalismo que se había visto en la época. Pone las tuberías al exterior, les da un color distintivo, y exhibe todo el funcionamiento de la casa sin pudor ni tabú, como no queriendo esconder nada.
Sus áreas privadas, de nuevo, son lo más sencillo que se podría tener. Al igual que Diego, la casa de Frida está pensada para que trabaje y pinte en ella, más que para que duerma en ella.
Pero dormir o pintar no era todo lo que Diego hacía en la casa.
La relación de Diego con Frida fue tortuosa, debido al sin fin de infidelidades que Diego tenía y que Frida sabía, por rumores, confesiones del mismo marido o simplemente asomándose por su ventana. Diego no podía llevar una relación fiel y monógama. Frida lo amaba demasiado. Eran una pareja conflictiva, al extremo jugando con los límites de lo soportable, una relación cruelmente desnuda que transcurría en los desnudos muros de su casa. A todas estas, el mismo Juan tal vez veía desde su casa las aventuras de Diego, recuerden que eran vecinos.
Y entonces, ¿por qué esta casa logra ser una novela dramática de una relación que estaba condenada al aparente fracaso?
Por un último elemento que no les he hablado, pero han visto todo este hilo: un puente.
Un puente que une las casas de Frida y de Diego.
Un pequeño balcón sobre ambas casas, que une de forma dramática a los dos protagonistas de esta historia de amor. Ambos independientes, pero conectados. Ese puente fue profecía de la polémica vida amorosa de la pareja, una relación tortuosa que parecía soportar todas las infidelidades posibles, hasta que Diego Rivera se termina acostando con la hermana de Frida.
Esa es la gota que derramó el vaso. Frida pide el divorcio. La printora vio una oportunidad de venganza contra su esposo, y decide entrar en un romance con León Trotski, al poco tiempo que fuera exiliado del gobierno de Josef Stalin. Ni aún después del asesinato del Trotski por la Unión Soviética, ni el uno ni el otro dejaban de pensar en su amor.
"Hagas lo que hagas, pase lo que pase, siempre te adorará tu Frida”, le escribía. Diego le decía a Frida que él no podía serle fiel, pero que podía prometerle ser leal. Porque la fidelidad puede ser una circunstancia, una aventura, es aleatoria y hasta subjetiva; pero la lealtad, es permanente, constante y fija. Es poder decir la verdad, siempre.
Juan O'Gorman hizo una casa que es la metáfora del amor trágico. Un puente aparentemente débil, como una única arteria, que pareciera romperse en cualquier momento pero que los mantiene con vida. Frida en 1939 pinta "Las Dos Fridas": una Frida tehuana que amaba Diego, y la Frida europea que él despreciaba.
Dos Fridas unidas por una arteria aparentemente débil, como un pueente, que pareciera romperse en cualquier momento pero que las mantiene con vida. Cuando la salud de la Frida estaba en su punto crítico, Diego le propuso matrimonio de nuevo y ella aceptó con la condición de vivir lejos, y sin intimidad.
Se casaron de nuevo el 8 de diciembre de 1940, en el cumpleaños de Diego. Tiempo después, Frida muere. Una relación amorosa entre dos personas que a las luces de hoy pareciera que habláramos de una relación abierta. Una especie de unión liberal, intransigente, espinosa, que pocos compartirían. Una relación amorosa desnuda, incómoda, que algunos pudieran decir que es fea o grotesca. Una relación que hace cien años escandalizaba por jugar a sus propias reglas.
Como la casa misma.
La casa sigue estando en pie y con ella, el puente, como el amor de Frida y Diego. Un puente que estaba sobre lo banal que sucedía metros abajo. Un puente que hizo de dos casas, una.
Ambas independientes, pero conectadas.
Ambas en su mundo, pero unidas.