Existe en China un pueblo que padece su mayor virtud y maldición: su belleza. Tanta, que se ha transformado al punto de volverse irreconocible excepto por dos horas al día. Es por eso que todos los días muere y vuelve a nacer.
Hunan, veinticuatro horas atrás.
No había pasado mucho desde que me llegó la notificación de la boda de uno de mis colegas de trabajo. Ahí, en un paraje perdido de Hunan, no podía más que abrumarme de una boda que no tenía nada similar a lo que había visto antes. Todo, desde ropa, música y rasgos eran nuevos para mi. Eran los Miao, una etnia de la montaña. En medio de las celebraciones, evidentemente, me hablaban del orgullo de su etnia y mi colega se dió cuenta que quería saber más.
— "Pues si quieres, mi esposa y yo te podemos llevar al pueblo del ave fénix", me dice. "No es tan lejos, estas aguas son del mismo río. Mañana mismo estarás allá.”
Llegué a Fenghuang la tarde siguiente. Luego de caminar un rato fuera de la estación, noté que era una de esas ciudades que parecen salidas de un cuento. No por nada, es considerada uno de los pueblos más hermosos del país, debido precisamente a su forma de anclarse al paisaje.
Y es que duele la cabeza salir por Fenghuang.
En las orillas del Rio Tuo la ciudad empieza a despertarse. Esta, una ciudad que lleva siendo lo que es desde siglos atrás, se popularizó en las artes y en el voz a voz de los chinos que decían que los Miao tenían una ciudad única en su especie. Fenghuang entonces adquiere una relevancia turística impresionante a finales de la década de los noventa y desde ese entonces se ha forjado con la tinta de sangre de cada atardecer su nombre.
I. Atardecer.
Dicen en "Wild", aquella película de Jean Marc Valleé, que solamente existen un amanecer y un atardecer al día y que el hombre tiene la elección de elegir donde verlos. Que es la forma de ponerse en la belleza. Viendo que el Sol caía, decidí irme al puente más grande: Hongqiao. Evidentemente mi sorpresa fue cuando, después que el Sol se iba, la ciudad que me había encontrado de repente se viste de una forma completamente distinta.
Señoras y señores, la Fenghuang de noche ha despertado.
El diagón dormido que era la ciudad que horas atrás había visto, había despertado. De repente, miles de luces se apoderan y adornan la ciudad. Todos corremos en masa por cada lugar donde te vendan algo. Los palafitos de sus viviendas se encienden. Entiendes de ingeniería cuando sabes que sus esbeltas columnas posiblemente no diseñadas para soportar tanta gente, lo están haciendo de forma formidable.
Es que es uno de los destinos turísticos más importantes de uno de los países más poblados del mundo. Es víctima de su propia belleza. Te atrae, terminas embriagado, sientes que no has visto un lugar con la fantasía futurista que es pintado justo en frente de ti. Entiendes que esta es la amargura del siglo XXI. Un paisaje hecho para enamorarte y hacerte olvidar.
En eso, le escribo a mi mejor amigo.
— "Chu, ¿has estado aquí?", le pregunto. "Bienvenido a Las Vegas", me responde.
Esa noche, ebrio y culpable decidí irme a la cama a dormir. Quería de una u otra forma saber qué seria de esta ciudad cuando, todos se van a la cama a olvidar. ¿Qué pasa cuando una ciudad entera se reconcilia con la soledad? ¿Se vuelve más "auténtica"? ¿O ya no hay forma de buscar esa absurda autenticidad?
II. Amanecer.
Eran las cinco de la mañana. No había tenido nada de guayabo, ni con la boda ni con lo bebido la noche anterior. Al contrario, estaba lúcido para salir a caminar. La ciudad que me voy a encontrar es simplemente otra.
En la base del Hongqiao, un hombre se dispone a pescar. Tira la caña, como buscando encontrar algun pez para desayunar. Los palafitos que ayer habían aguantado el peso de cientos de personas caminar, hoy parecen que caminan por si solos en el río. La niebla, lentamente empieza a abrirse y a dejar la ciudad de nuevo, en manos de las montañas.
Es como si la ciudad aparentemente retrocediera, en una madrugada, cien años. Los ancianos salen de no se donde, a pescar y las mujeres mientras tanto, tratan de limpiar el desorden acaecido durante la noche. No solo eso, es más fácil y apreciable ver como se comportan los anclajes de los troncos que sostienen la ciudad entera, como una muralla entre la montaña y el agua. Puedes ver quienes son los que duermen temprano. Puedes ver todo sin ver a nadie más.
Entonces, entra el Sol.
Los habitantes están cronometrados. Durante esas dos horas, entre el primer rayo del Sol y el primer desembarco de turistas, aprovechan para hacer todas las actividades que no pueden hacer con ruido.
La ciudad, renace, al día siguiente. Sí, como un fénix. Las dos horas se han acabado. El Sol finalmente sale con todo su esplendor y la ciudad cobra otra luz. En dos horas, Fenghuang pasa de esto, a esto.
La rápida masificación turística de la ciudad le ha dado un carácter completamente nuevo. Si fue una de las 63 ciudades más importantes de la dinastía Qing, ahora es uno de los polos turísticos más importantes de la República Popular, a como de lugar. La cubierta de Hongqiao fue reconstruida luego de una mala intervención de los cincuenta. La torre shawan fue demolida, siendo de madera, para hacerla de piedra. Las murallas son reconstruidas solo para hacer frente a la industria turística.
Incluso, si obviáramos los falsos históricos de la década de los 80 y 90, seguiríamos hablando que a la ciudad le falta "autenticidad". ¿Pero, qué es la autenticidad? ¿Es seguir esos valores estéticos de perfección? ¿Es llenar el recuadro de una foto con una postal perfecta?
¿De esas, que toca madrugar a las 5:00 de la mañana para decirle al mundo que hay un lugar auténtico enclavado en China? Esas fotos donde si vemos algo que nos recuerde a occidente, de inmediato rechazamos porque, no sé, nos sabe a culpa.
Pero, a culpa no puede saber nada si no se acepta la fatalidad y la amargura de entendernos como pluralidad. Es tan auténtica la soledad de la mañana con el caos de la tarde.
Una ciudad, que todos los días le da por morir y nacer, para mostrarse auténticamente fatal.