El tema siempre ha estado en el aire, alimentado cada vez más por las redes sociales: esosmochileros rubios, los de "por allá", que van a recorrer países asiáticos o latinoamericanos pidiendo limosna para viajar. Para definirlos nació el fantástico término begpacker, la unión de begger (mendigo) y backpacker (mochilero).
Pero, ¿qué es lo que lleva a estos de jóvenes a pedir limosna de una forma desvergonzada para viajar por el mundo?
Bali, - la famosa isla de Indonesia que se volvió el Disneyland Resort del millennial aspiracional - decidió a mediados del 2019 poner tatequieto a los mochileros que estaban haciendo turismo mediante limosnas. Literalmente, serán reportados ante sus embajadas para que hagan maletas (lo cual no debe ser difícil) y se devuelvan a su país de origen. Un turista del primer mundo siendo expulsado por un país en vías de desarrollo.
Existen y por cantidades. Todos tienen el mismo fin: querer viajar por el mundo. No, no es buscar cómo comer, no es una acción social poética, no es financiar un orfanato ni quitarle el barro a un elefante en Tailandia. El motivo es simple: la audacia de un privilegiado en pedir dinero para poder seguir viajando por el mundo. Si no entendemos, imagínense a Patricia Fernández de vacaciones.
El fenómeno es conocido ampliamente en Asia y está llegando a Latinoamérica, desafortunadamente. Recuerdo bien, hace unos meses, una chica rubia que pedía dinero para viajar en el puente de Central en Hong Kong. Lo que más me impresionó, es encontrármela de nuevo, casi seis meses después en el mismo lugar. Es rubia, blanca, habla inglés, en pocas palabras, ligeras ventajas a la hora de viajar o trabajar (porque seamos sinceros, pedir aventón si eres negro es mucho más difícil si eres blanco y rubio).
Mendigar para viajar tiene sus facetas, porque un negocio así sea miserable, es "negocio". Existe el que dice mentiras (que se quedó sin dinero, que perdió el pasaporte) o el que literalmente es confesional (quiero viajar más, dame dinero). Existe el que pide en países como Japón o Corea del Sur porque sabe que el comportamiento solidario del nipón lo obliga moralmente a dar dinero al necesitado (aparte que el japonés tiene una moneda de alto valor adquisitivo) y existe el que pide dinero en países vulnerables, jugando en parte con las frustraciones de los locales. Porque no solamente hay mochileros que piden dinero a personas pudientes sino que hay mochileros que tienen el descaro de mendigarle a personas cuyo salario mínimo equivale a la mitad de lo que ellos gastaron en su pasaje Berlín - Phuket.
Juguemos al abogado del Diablo en esto. Pongámonos a pensar en el "tal vez ellos necesitan el dinero/necesitan ayuda". Sí, es cierto: uno ayuda a una persona necesitada. Pero pondré esto en letra capital y negrita, para que se nos quede grabado:
VIAJAR NO ES UNA NECESIDAD.
¿De dónde viene esta idea que viajar es una necesidad? ¿Por qué nos estamos comiendo ese cuento? De repente, estamos viviendo en un momento donde todo el universo del media actual está en torno al viaje. De repente, viajar es la solución a los problemas de la vida.
¿Deprimido? Viaja.
¿No te gusta tu trabajo? Viaja.
¿Tienes cáncer? Por dios Walter White, viaja.
Lamento arruinarles el idilio pero viajar no es una necesidad. Viajar es un privilegio. Me he ganado unos cuantos influencers de enemigos por esto, porque bueno, a nadie le gusta que le echen en cara los privilegios. Viajar se ha vuelto hoy el libro de autoayuda más caro que existe, pero es el más efectivo, aparentemente. Existe una irracional idea que el viajero solamente por estar expuesto a otras culturas, es por ende una persona humilde; ergo, el viajero es una mejor persona.
Para muchos, el acto benéfico de tomar un avión e irte a hacer yoga en el Ganges radica en que salir de la zona de comfort ayuda a ser mejor persona. Menos mal está la historia para darnos pistas, porque ni Marco Polo fue el más grande benefactor de la historia, ni Atila el Huno el nuevo mesías. Y ni vamos a hablar de detallitos como los sellos del pasaporte de la Madre Teresa de Calcuta o de Juan Pablo II. Grandes viajeros ellos, guiño, guiño.
El que es un pelmazo en casa, es un pelmazo en la India. Volverse una mejor persona no depende de los kilómetros de distancia, depende del nivel de aceptación de nuestras vulnerabilidades y la capacidad de aprendizaje de cada individuo sobre los resultados de sus propias acciones entre la sociedad. Y no querido amigo, salir de la zona de confort no es pasar por pobre en una calle de Vietnam.
El begpacker justifica su acto de pedir limosna en las calles, porque el viajar por el mundo lo está ayudando a ser mejor persona. No importa, claro, que estén trabajando con una visa de turista, que estén pidiendo dinero en lugares vulnerables, o que mientan; el solo hecho de recibir dinero por parte de locales es un acto de filantropía inversa, porque no es atrevido suponer que también existe el local que le da dinero al begpacker, porque ve reflejado en ayudar a alguien que está cumpliendo el sueño que no puede cumplir. Es una acción pasiva el usar las frustraciones de los demás y es igual de miserable al que abusa de la benevolencia del local en un país desarrollado.
Un tailandés, un camboyano o un boliviano (por citar algunas nacionalidades) tiene que trabajar, ahorrar, aplicar para una visa (cosa que ellos no) para poder ir a algún país europeo o a destinos como Rusia, Australia o Estados Unidos. El nivel de privilegios que tenemos comparados con un británico o un australiano a la hora de viajar es mucho menor y por ende, la vulnerabilidad es mayor: dígame usted, si tiene los guevos de ponerse al frente del Tate Museum de Londres a pedir dinero para que lo ayuden a viajar por el mundo bajo la excusa que Inglaterra es muy cara. Papi, te deportan.
Llegar a un país vulnerable/tercermundista/postal UNICEF/en vías de desarrollo para pedir dinero en un andén bajo la única excusa de satisfacer tu comfort como individuo, es abusar de tus privilegios. Si a uno se le acaba la plata de un viaje (si es que les creemos que se les acabó el dinero) las opciones son simples: o me devuelvo o trabajo. Y ojo, trabajar no es vender abrazos o fotos impresas en la esquina con filtros VSCO. Trabajar es ingresar al engranaje productivo del país donde estás. Es más querido begpacker: son tan grandes tus privilegios, que ni siquiera te van a llamar inmigrante, vas a ser un ex-pat. ¿Y sabes lo que es un ex-pat? Un término bonito que se acuñaron para decirle de forma chévere al inmigrante blanquito/con plata.
Uno invierte o gasta la plata que se ganó trabajando en lo que a uno se le dé la gana. Yo, por ejemplo, me la gasto viajando. Pero el hecho que viaje no me da facultades de ser tan caradura e ir a un país necesitado a pedir dinero para que me "ayuden a seguir viajando”. Es cuestión moral.
Hasta que los viajeros o turistas no se den cuenta de sus privilegios, vamos a seguir en este círculo vicioso de "te creo frustraciones / te digo como resolverlas" en lo que se ha vuelto el turismo mundial: un completo show, donde de repente, viajar es una necesidad y no hacerlo, es generar culpa. Donde de repente, viajar ya no es una actividad de placer y aprendizaje, sino es una obligación por derecho de toda una generación millennial con privilegios. Viajar se ha vuelto lentamente en una rara enfermedad emocional.
Los begpackers no son más que un síntoma.