Las que están detrás de la siguiente foto, las conocí en un bar. Y no, no son lo que creen.
Les cuento la puta historia.
Llegué a la calle Samsen, emputado con Calle Khaosan (o Khao San Rd) que había visitado esa misma noche. Alex Garland abre su libro "La Playa" justamente aquí, en la famosa y popular calle de mochileros de Bangkok, un lugar infestado de gritos y clichés que se transforma eternamente en el bacanal más penoso de Tailandia. Khao San Rd es un sitio odiado por los thai ya que quiere ser todo lo que el país no es condensado en una vitrina plástica, más plástica aún que los estériles aeropuertos que tratan de meternos la esencia de un país durante una escala.
Después de un masaje en los pies sin happy ending, y dejar en un taxi a Bobo, un amigo recién ligado de la ciudad, me fui presto a caminar hasta mi hostal, cerca al nuevo puente de Rama VIII. Sin embargo, caminando a media noche bajo las cáscaras de pintura de los edificios de la ribereña capital, encontré una cerveza en un bar de blues a eso de la 1:30 am. Estaban preparando todo para la final de la Eurocopa.
Afuera habían tres viejas bulliciosas. Agarré mi Leo, salí a la calle y en media vuelta amarga y vi que se pintaban las uñas entre risas. Decidí levantarme con mi botella a verlas departir en esa mesa. Sonaba Holiday, la vieja, la buena. La más joven me mira y me invita a sentarme, a curiosear, a saber de dónde había caído a pesar que a Bangkok le cae gente de todo el mundo.Con aire de burla me pregunta que si quiero pintarme las uñas. Me lo tomé en serio, le dije que sí y de negro. Al lado tenía a un sujeto. Cincuenta años. Canoso. Una barbilla con contorno áspero, una frente quemada por el sol, camisa, pantalón vaquero y buen anillo, como personaje secundario de Tarantino.
Mientras mi mano era presa de las tres borrachas, el sujeto se presenta. Resulta ser británico, de unos 54 años. Aparte, músico. Por sus manos, notaba que no era precisamente el vocalista. Me pregunta de dónde soy.
— Cúcuta, le respondí. Y en un perfecto español me dice que le agrada ver a un latino. Se toma un sorbo de su destilado ámbar y empieza a contarme de su vida, cuando yo apenas era ...bueno, era un plan de mi mamá. Trabajó con Oscar de León en los setenta y así fue como vivió en Caracas. Ama esa ciudad, ama las viejas, las que son putas, las que bailan salsa, las que se gozan un merengue como una caraqueña lo sabe hacer; extraña Chacao, el Hotel Humboldt, Cruz Diez, las playas de y Maiquetía. Y habló de Cúcuta.En 1979, motivado por plata, agarró un jeep y junto a su novia decidieron ir hasta la frontera para hacer unos cuantos envíos de cocaína a Caracas. Decidido a hacer el paso, encaletó la droga entre el motor, bien sellada, en donde no se notara entre cascarones y cables de partes que no llevaban a ningún lado. Pasando la frontera, llegando a La Grita, la Guardia Venezolana lo paró pero al ver que no era uno de "los nuestros", lo dejó seguir.El man describió a Cúcuta como la puerta de la perdición. "Drogas, mucha plata, prostitutas por doquier", decía. Mencionaba bares de calaña dudosa en el centro de la ciudad, de esos que el neón solo ofrecía esperanzas de verle el rostro divino a una cualquiera.
Mientras, mi mano derecha estaba casi lista. Sudaba, hacía unos 37°. Bangkok me sabía a Cúcuta. Las viejas abrieron una botella de limóncello que sabía a gloria y me recordó cuando fui monaguillo en Italia en ese 2015.
—¿Cómo es que alguien de allá termina aquí en Bangkok?, preguntó. Yo le respondí que simplemente estaba trabajando por mi ridículo sueño.
"Quiero conocer el mundo", le respondí. "No tuve la oportunidad de una universidad decente y al menos quiero aprender por mi cuenta".
El man se cagó de risa. Me dijo que fue así como llegó a Caracas. Que así aprendió el camino, con la música y el jazz.
— ¿Sabe que es la vaina?, me dice. "Que hay quienes viven queriendo ser alguien en la vida cuando no saben quienes son".
En la pantalla rota del bar, Cristiano Ronaldo se alzaba con la victoria de Portugal. El man no es famoso. Pero sabe quién es, sabe que puede hacer. Vive hace años en Bangkok y la prefiere antes que Londres. El anonimato le da más libertad que la misma gloria.Tiene tres viejas. Hace su ley. Le vale verga el mundo y dice que es libre.
Yo le creo.