El cielo se enmudeció y el sol cometía su suicidio periódico en el horizonte. El escenario auguraba tiniebla, con el azul bañando las nubes y un ligero brochazo carmesí en esa distancia temblorosa escondida entre el cielo y el mar. Los acantilados parecían verdugos del sol mientras todo se apagaba, prometiendo esa noche demás oscura y común. De repente, cuando todo parecía haberse esfumado, la bóveda explotó.
Llegué a cierta hora a la extraña ciudad-país de Luxemburgo. Inocente, me he bajado del tren dispuesto a caminar hasta llegar al hostal donde me quedaría ya que según el mapa, estaba relativamente cerca. Pero no, Luxemburgo guarda bellas sorpresas.