¿No les ha pasado qué se sienten juzgados por su conciencia? Verán, es más común de lo que parece.Ha pasado mucho tiempo, tanto que la memoria se diluye en el pasado. Hace un año, exactamente, estaba en un punto muy bajo. Recuerdo bien que la oscuridad me domaba y que no encontraba salidas o respuestas, que el devenir no era palpable: era infeliz. Recuerdo que ese día escribí un post en este blog, sin siquiera revisarlo y directamente en la plataforma web. Un magnífico error.Ahí empieza el primer acto del juicio: la confianza.Independizarse no es un acto de separación, es un acto de voluntad. Es sellar límites para expandirlos después, redondear las perspectivas y enfocarse en ese paréntesis llamado confianza. Cuando un país declara su independencia es porque tiene la confianza de que, bajo sus propios medios y recursos puede autosostenerse, e igual que los países, las personas dependen de un buen liderazgo para crear esa sostenibilidad.
— “Tal vez en este punto te declares inocente.”
— “Soy inocente su señoría”, decía yo con voz entre cortada. “Inocente y guevón, si me lo permite”.
Pude ser guevón, pero el devenir me causaba pánico; sin embargo la confianza me ayudó al siguiente paso: la decisión.
— “Su señoría, si permite decirlo el renunció a la comodidad por perseguir … ideales”
Un susurrado “uhhhh”, se oyó en la corte. Yo miraba a todos lados con esa cara de “ahora que hijueputas hice” y lo recordé.No sé si cometí un error pero junté todo el dinero que tenía para viajar. No, no lo hice para mudarme, lo hice para irme del país y luego, quizá, volver. Afortunadamente, tuve un excelente guía que hasta el momento no me ha dejado atrás en cada duda que tenga.Es un proceso de nunca acabar, cada día se aprende algo nuevo y cada noche se reflexiona, utilizando la almohada para aterrizar planes y despegar sueños. Todo cambia lentamente, desde lo que comes hasta lo que respiras. Siembras tu propio estandarte, trazas contornos e identificas tus ventajas para sobreponerlas ante tus temores.
— “¿Qué tiene de malo ser independiente, su señoría?” le respondí. “Si, yo sé que me precipité pero … ¿no radica en el impulso la base para afianzar el éxito?”
Yo sé, fue patética mi independencia. No tuve despedida, de hecho puedo contar con los dedos de la mano cuantas personas se despidieron de mí y creo que me sobran cuatro.
— “Por eso mismo, ¿Qué le hizo pensar que todo iba a mejorar joven?” Me mira sagazmente el acusador.
Y tenía razón, ¿qué hacía pensar que iba a tener éxito en un ambiente agreste, oxidado, turbio y aprisionado? No hace falta explicarlo: pasaba de vivir con 800.000 personas y ahora eso era solo una pequeña parte de mi nuevo hogar.
— Tenías cama.
— Si.
— Tenías comida.
— Si.
— Tenías pleitesía.
— Sí señor. Todos me conocían en el medio.
— Tenías comodidad.
— “También señor”, respondí.
— Entonces, ¿por qué quieres cambiar tu status quo?
Pero algo había cambiado, podía dormir. Es extraño porque antes de irme de casa la madrugada era testigo de ese duelo asesino entre mi razón y mi impulso. Sabía que todo iba a ser mejor, que iba a cambiar.
— “Ahora tengo paciencia”, respondí.
Todo resume en la paciencia; ese el único recurso propio que tenía a la mano. Debía administrar lo que me llegara a las manos, disponer, organizar. Aprendes a ser útil con tus recursos, aprendes a sobrellevar situaciones y controlar impulsos. Aprendes a razonar, a cuidar, a ser cauteloso.Hay forma, hay colores, hay dirección, hay fuerza, perspectiva, equilibrio. Ya ha pasado un año, ya las cosas han mejorado. No tengo miedo y no quiero tenerlo, no quiero otro día de 36 horas con la luz apagada.Digamos que me gusta hacer cosas que a los demás les da pereza. Creo que eso define el éxito, creo que he ganado un juicio con mi materia gris.Poner la alarma para trabajar mañana. Dormir.Ser feliz.