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Hacia mucho tiempo no me hacia un exorcismo personal, una catarsis pública de mis intrincados sinsabores o de mi agenda personal. Las últimas veces fueron torniquetes a hemorragias solitarias.No mucho, había dejado probar la escorrentía del azar; tratando de jugar al azar en un entorno cuyo juego no es el deseado. ¿Como ganar en un juego donde ya has ganado? ¿Como enfrentarte a un reto donde ya sabes como es el final? No existe nada mas que el silencio, y la pasión se decanta en palabras inmerecidas.Pues bien, hace no mucho decidí jugar al gato y al ratón, con la condición de ser el gato sin garras y de ser el ratón inválido.
Trataba de mantener en mis manos el control y sin control perdí mas que eso: perdí un abrazo, una caricia o un beso; un trazo, un croquis o un texto. Perdí mucho, porque pretendía ganar en el solitario juego.
Mientras tanto vivía en un mundo solo mío. El único mundo donde cada día cuenta como una sensación más y cada noche es un lapso entre el perder y el ganar. Un mundo tan propio, tan inmaterial, tan subjetivo, que trataba de registrarlo en fotografías para no perderle el rastro, para no olvidarme aquel peregrino que circula en los vaivenes de una mente hiperactiva.Aquel peregrino que jugaba solitario, descubrió pronto que el mejor juego no es el que sabes que ganarás, sino el que sabes que puedes perder. Por eso, cuando aparecen retos grandes, es donde decido quitarme las zandalias y caminar con el mar a cuestas.
Como náufrago en mi mundo, ya he decidido una ruta de peregrinación; un juego donde sé que puedo perder. Por si, quisiera decir que la decisión esta tomada y no detendré el andar hasta no llegar a la meta; lamento pues el tener que dejar tantas cosas atrás, tantos recuerdos, viajes, metas, dibujos, logros, amores, hogares. La necesidad de enfrentarme como náufrago al mundo es mi mayor juego.
El mundo no es solo mío; el mundo es un archipiélago de islas desiertas donde cada naufrago lanza mensajes en una botella.
Ciudad de México, 11 de abril del 2009.