Breve visita al genocidio camboyano

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Un ser de otro planeta.

En los callejones de Kioto deambulan mujeres que parecen más cercanas a personajes de un mundo fantástico que a simples mortales; seres cuya tradición está a punto de desaparecer. ¿Quieren encontrarse cara a cara con una mirada de siglos de historia?

Hoy es el día en el van a conocer a una geisha.


Kioto, Japón.

8 de marzo del 2024.

Hace dos días, el gobierno de la ciudad ha emitido una orden insólita: debido al asecho de turistas a geishas y maikos, el barrio de Gion será cerrado. Solo se podrá entrar a sus callejones si eres residente o cliente, dejando al turista solo en las vías principales, ya abarrotadas de gente. Ha nacido una nueva ciudad prohibida. Pero, ¿qué llevó al cierre? Podría parecer una pregunta sencilla, pero su respuesta me lleva al portal de una vieja casa, donde hasta la caja del repartidor de leche desafía el tiempo. Una casa como nave a otro mundo: no era más que abrir la puerta y encontrarme entre la luz filtrada por la celosía y el papel de arroz a uno de los seres humanos más intrigantes que aún existen.

Les quiero presentar a alguien especial.

Fukuyi.


Fukuyi es una aprendiz avanzada de geisha, lo que viene siendo una maiko.La he conocido porque un gran amigo (fotógrafo también), había accedido a tener un encuentro donde se le permitiese fotografiar y de paso disfrutar un baile escénico. Como muchas de su tipo, están instruidas en artes escénicas, declamación de poesía y el arte de la conversación. Y es que contrario a lo que se piensa, las geishas no son prostitutas, y esto es una deformación histórica fácil de explicar.

La historia de las geishas se remonta al Japón feudal, alrededor del siglo XVII. Inicialmente, eran hombres que entretenían a los clientes con música, baile y conversación. Durante el periodo Edo surgen las oiran, cortesanas de alto rango que ofrecían además placeres sexuales. Sin embargo al vestirse de una forma tan similar, se creó esta idea que las geishas eran las que ofrecían sexo, reforzado en el Japón Imperial del siglo XX o en libros como "Memorias de una Geisha".

Fukuyi nos cuenta que en su inmersión en el mundo de ser geisha ha renunciado a todo aquello que la tradición le condena, como la restricción de no poder tocar a nadie. Cada gesto debe ser calculado con precisión, incluso hasta el punto de que su kimono no puede rozar nada.— Lo más difícil ha sido dejar mi almohada, — responde.No era el abandonar la vida social, sino dormir cómodamente. Las maiko duermen en soportes de madera en las que apoyan el cuello para proteger su elaborado peinado.


Mientras tanto entre las calles de Kioto se roza la mercantilización de este oficio. Efectos colaterales de cultura pop o esta extraña fijación de los turistas de disfrazarse como locales en tiendas de alquiler, hacen que se desdibuje el papel social de una geisha. Gion se ha transformado en un deseo carnal turístico y aunque el barrio se diluya entre el resonar del templo Yasaka, a pocos metros de ahí entre los callejones sucede a diario un comportamiento que ha derivado en una problemática.


Gion se ha transformado en un deseo carnal turístico. La imagen de un barrio postal, (alineado con esta tendencia del siglo XX de hacer asépticos los centros históricos al punto de homogeneizarlos) hace que constantemente miles lo visiten al día.Pero esto no es lo más grave: es el halo de misterio que envuelve a una geisha como ser extraordinario y sumado a éxitos de taquilla, el que causa que el turismo sin límites llegue a acosarles en plena calle, interrumpiendo su trabajo.

Mientras su vigilante prepara un pequeño estéreo, Fukuji nos cuenta que le ha tomado cinco años perfeccionar el arte de la danza. Dice que su institutriz la ha dotado de buenos movimientos y que ha comprendido la sencillez que rodea contar una historia con el cuerpo.Sobre el tatami comienza a presentar uno de los bailes que más le gusta realizar frente a la audiencia, narrando el florecimiento de un árbol (representado como un abanico) bajo el cuidado de una mujer que lo cuida como un hijo.

Cada movimiento es perfectamente ejecutado: cada gesto de la mano, cada pliegue del kimono, cada mirada al horizonte revela años de práctica meticulosa. Todo parece estar coreografiado hasta el más mínimo detalle, incluso el aire del salón parece seguir el ritmo de su danza.



"No es solo una persona; es la encarnación de un concepto", dice mi amigo Hayk. Como si la idea misma hubiera tomado forma humana.

¿Cual es la razón alguna para que una joven de nuestra edad renuncie a su vida y se transforme en un concepto? ¿Mejorar su estatus económico, el aprender un arte -y ser ella misma arte- o traspasar la distancia del tiempo? ¿O todo? Las preguntas no formuladas fueron respondidas con una sonrisa, reflejo del nivel de comodidad que alcanzó durante nuestro encuentro. Entre miradas y coqueteos, mi único deseo era crear un ambiente ameno, haciendo que la fotografía final fuera casi irrelevante.

Fue una experiencia tan abstracta que el tiempo pareció evaporarse. Cuando menos lo pensé, Fukuyi se despidió con gratitud por el trato y nuestro interés a su arte en el escenario.Era consciente de que esta oportunidad era única en mi vida y que no volvería a repetirse.

Para este siglo, el cambios de estilo de vida, más opciones de carrera para las mujeres, el declive de la industria del entretenimiento tradicional en Japón, así como el envejecimiento de la población, ha reducido la demanda de servicios de geishas. Incluso muchas maiko abandonan su aprendizaje antes de subir a geishas decidiendo casarse y estudiar una carrera. No es disparatado afirmar que es posible que seamos la última generación en verlas.

De 80.000 que existían a principios del siglo XX, actualmente solo trabajan unas 200 geishas y 85 maiko en Kioto.

En un futuro ellas temen que llegue a cero.

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