Dan ★

View Original

Treinta y seis vistas sobre el Monte Fuji

En 1830, Hokusai crea una serie de grabados llamada “treinta y seis vistas sobre el Monte Fuji” siendo una de tantas obras sobre este, que obsesionado a japoneses y extranjeros por siglos. Inspirado en él, he tomado mi cámara para contarles la raíz de su hipnosis.

Existen muy pocos países que tengan una simbiosis tan clara con una montaña, como es Japón. Un capítulo de este viaje era conocer ese paisaje atemporal y perenne que representa la amenaza misma de la serenidad: el Fuji.

Todo comenzó desde el aire, en un breve romance.


Digo breve. porque fueron esos segundos me alentaron a esperar por varios días. No fue sino en el teleférico de Hakone cuando en un pequeño momento de calma el cielo se abre sobre el valle sulfúrico de Ōwakudiani y puedo ver al Fuji por primera vez.

Una de las razones por las cuales en este viaje tomé mas de tres días para ver al Fuji es que suele cubrirse de nubes muy rápido; le dicen “tímido” por esta razón. Pero el Fuji con sus 3776 metros de altura, de tímido tiene poco: de hecho, es un volcán activo, aunque calmado.

Para abordar la mejor zona para ver al Fuji, mezclé una varios tipos de transporte. Aunque Hakone es fácil de acceder mediante tren y teleférico, el area de Kawaguchi y Gotemba es mas cómoda explorarla en carro particular.

Con solo estar en el área es notable que la montaña es un reclamo de obsesión con quien la aprecia. Es un ícono de cultura popular y religiosa. Hokusai se había obsesionado con ella debido a que es la materialización de la inmortalidad.


El mito cultural del Fuji es un circulo vicioso: inspira, crea y se alimenta de lo creado. Retratado en el cuento “La historia del cortador de bambú” que data del siglo IX, es donde el Emperador enamorado de una princesa que ha bajado desde la Luna decide quemar en su cima el elixir de la inmortalidad.

Por siglos, su silueta se ha colado en en la vida cotidiana, siendo motivo de imágenes que cuelgan en salas o los baños termales. Y creo, bañarse desnudo a las 6:30 am con el Fuji al amanecer no lo cambio por nada.

El área del Lago Kawaguchi es un imán turístico de estos que te crean culpa, especialmente en la temporada del momiji cuando los arces japoneses mueren en un éxtasis cálido al entrar el otoño. Los árboles enmarcan la cima, atrayendo a los fotógrafos como polillas a la luz.



Incluso, aun sin la luz del Sol, el Fuji sigue siendo una montaña que atrae a curiosos y hasta suicidas a sus faldas. Porque si bien, es un importante núcleo turístico, es a su vez un símbolo religioso y social cuyo mito romántico está enlazado con la vida japonesa.

En sus faldas está el bosque de Aokigahara, famoso por ser el lugar donde decenas de japoneses van a suicidarse alimentados -de nuevo- por el mito creado por obras literarias como “Manual completo de suicidio” o “Nami No Tou”, donde una pareja decide ir ahí para acabar su vida.

Aunque pueda parecer “atractivo” conocer este lugar oscuro, creo que hay ciertos limites como turista que uno debe establecer. Por ello descarté por completo desviarme hacia Aokigahara y rodear la montaña en el denso valle de Gotemba, para descubrir nuevas caras de la montaña.


Pero las condiciones climáticas no ayudan. Después de dos días de visibilidad perfecta, la montaña decide taparse. Sin embargo, la apuesta inicial de recorrerlo por varios días funciona y aunque parezca consuelo, los retazos de montaña que asoman llegan a ser seductores por sí.

Tal vez por ello su figura desnuda aparece en las estaciones de tren como alivio para quienes no pudieron verlo. Incluso para aquellos que recorren el país en tren, es habitual avistarlo a la distancia, como guardian eterno del Japón.

Y entender en gran parte su magia.



Su magia particular de ser abrazo y amenaza. Porque para el japonés, el Monte Fuji es guardian: sus faldas que parecen cobijo en las cuales asentar la vida y dejarla transcurrir como si nada mas importara.

De igual forma es amenaza, esa que se supone al estar en una de las zonas más telúricas del mundo. En un país acostumbrado a reconstruirse, este volcán dormido recuerda que sobre la destrucción prevalece la belleza, el arte y el mito.

Ahí recae la fuente de su hipnótica existencia: ser fuerza destructora y musa a la vez. Ser antagonista y protagonista.

El Fuji atestigua y crea muerte, así como inspira creación. Así suene a leyenda, parece mentira que de esta montaña se desprenda custodio de la inmortalidad.

Y así todo termino desde el aire, en un breve romance.