Roma, entre secretos y sorpresas
Pocas veces en la vida hay sorpresas de esas que hacen dibujar sonrisas y que duran en el recuerdo durante mucho tiempo. Recuerdo muy bien de mi insistencia por ser sacerdote cuando era niño y como quería emular el trabajo de un tío que luego de probar cancha en otros asuntos, decidió ser un seguidor en sotana de Jesús. Sí, por allá en la región del Lazio conoció a Jesús, lo invitó a su corazón y bueno, todo lo hermoso que un católico serio suele decir.
Pues bien, sabía que mi tío vivía en Italia pero no sabía exactamente dónde estaba. Regresaba al hostal luego de una visita al apretujado vagón de Transmilenio llamado Museo Vaticano cuando en recepción me dieron una nota que decía algo como “... sobrino, llamé pero no estabas. Este es mi teléfono. Att. Reinaldo.” ¿Qué más razón para alegrar un día que había empezado con la Capilla Sixtina?
Minutos después de arribar en bus a la estación Largo Torre Argentina (gracias Google, no sé cómo se puede viajar sin ti) nos vimos a los ojos luego de 23 años de no vernos. La última vez, fue en una misa en la Parroquia de la Virgen de Guadalupe de Zulima, Cúcuta, aún con mis creencias religiosas en firme. A pesar de mi ateísmo posterior, jamás me dejó de apasionar el catolicismo y las repercusiones históricas que marcaron el mundo y justamente era Roma la ciudad perfecta para satisfacer mi placer culposo. ¿Qué mejor que un sacerdote para mostrarte Roma? Es como un traqueto en Las Vegas.
Roma es una ciudad densa en historia, cada centímetro cuadrado es una masa espesa de ladrillos, rocas e inscripciones con miles de años en historias y cuentos, incluso puedes pasar tu vida viviendo aquí y aun así puede sorprenderte un Bernini a la vuelta de la esquina (será otra historia). Justamente mi tío sabía que por mi parte iba a indagar lo “típico” de la ciudad, así que decidió otra dirección: los secretos bacanos de la capital del imperio.
Sant'Ivo alla Sapienza fue la primera parada, la extraña cúpula en espiral que diseñó Borromini en la Universidad de Roma. Les explicaré grosso modo qué es este particular edificio: Borromini se le encargó una iglesia en un edificio existente y como ego de arquitecto, no se detuvo y quiso plasmar un exorbitante altar al barroco. Según él, creó una cúpula en forma de estrella de David como símbolo universal de la sabiduría; según la verdad, la idea era que pareciera una abeja ya que el encargo fue hecho por la familia Barberini (de donde sale el papa Urbano VIII con abejitas en su escudo). Toda la cúpula de abeja es coronada con una espiral que “guía” el conocimiento a una esfera y una cruz, en alusión al emblema de la familia Barberini dominando el mundo. En pocas palabras, es un monumento a la lambonería al cliente. Los arquitectos no hemos cambiado nada en 600 años.
Caminando por ahí llegamos al Palazzo Spada, de donde se desprenden esos enormes escudos papales que siempre me han encantado desde niño. Sin embargo, fuera de la colección de arte lo que llama la atención aquí es la brillante ilusión óptica que diseñó el lambón de Borromini. ¿La estatua al fondo del pasillo? Mide 60 centímetros. Sí, Borromini diseñó una la ilusión óptica de una galería de 37 metros de largo, cuando es de 8 metros para satisfacer al cliente en tener un palacio más grande. Gracias a esto tenemos fotos de divertidas ancianas jugando con la perspectiva y las enaguas. Gracias internet.
La hermosa callecita Largo de Librari.
A mí la verdad me gusta esta vaina de las iglesias y sus secretos. Siempre que viajo, trato de visitar una y tomarle las mil y una fotos. Mi tío lo adivinó al ver cómo me emocioné al entrar a la diminuta iglesia de Santa Barbara dei Librai, donde sólo caben tres bancas. En Roma decidían hacer una iglesia en cuanto garaje hubiera y este pequeño ejemplo que data de 1306 y tras ser sede de hermosos frescos y restauraciones durante el Renacimiento, terminó siendo … un garaje. Llena de libros y chécheres duró hasta hace pocos años donde volvió a tener su esplendor de 60 metros cuadrados. La ventaja de tener un tío sacerdote eran justamente estos pequeños secretos en la gran ciudad pero, la ventaja de tener un tío sacerdote que sabe de arte es mayor. — “No sé si te interese ver un Caravaggio”.Esas palabras para mí eran dulce para un niño. Y así fue como terminé en San Luigi dei Francesi, una iglesia extraña donde la señalética y la misa son y están en francés. Sí, resulta que es una de esas iglesias que tienen acuerdos con Francia y esos tratados de amistad más viejos que la edad de nuestro país. A un costado de la espectacular iglesia barroca, se encuentra la Capilla Contarelli, un espacio diminuto que alberga nada más y nada menos que tres lienzos de Caravaggio en todo su explendor, siendo la pieza central “La inspiración de San Mateo” ese pinche cuadro que me sacó canas en la universidad. Si, era un sueño que todo lo que había visto en clase ahora pudiera poco menos que oler.
Sin embargo, el mejor de todos los secretos fue la verga de Jesús. No, no les miento. Existe. Resulta que en medio de Roma y al frente del Polcino (ese elefante cerdito que carga un obelisco robado de Egipto) queda Santa María Sopra Minerva, que es por cierto, la única iglesia gótica de la ciudad. Ahí dentro está el Cristo de la Minerva, una obra de Miguel Ángel donde está Jesús abrazado a la cruz en “toda su humanidad” (palabras textuales de mi tío) o lo que es mejor, desnudo. Sin embargo esto no fue de todo agrado de los procuradores de la época que afanosos decidieron ponerle un “paño de pureza” o lo que es lo mismo, un trapito de metal para taparle las gónadas al Señor. Eso sí, yo no dejo ganoso a nadie así que aquí lo que todos quieren ver, ¡escenas de desnudos!Irónico es que este fue el tercer Jesús desnudo que esculpía Miguel Ángel, siendo el primero uno famélico y crucificado que se encuentra en Florencia (y que me topé de milagro). Eso sí, este aún tiene el freeballing sin procurador tocado.
Luego de una cena de una pasta (pasta de verdad, nada de Kalab Kalash) mi tío tenía que despedirse no sin antes comentarme sobre lo que para él, es el mejor escenario de teatro del mundo, la Fontana di Trevi. La noche caía y las luces se encendían para iluminar esta dramática estampida de piedra y agua que se agitan en las paredes de Roma y que fue creada para recoger agua potable. Hoy es al contrario: la gente no va a tomar algo de la fuente sino que la fuente ha adquirido una vocación de peregrinaje numismático y recoge nada más que 3000 € al día en monedas que se le arrojan. Yo hice lo mismo casi que impulsado por una promesa hecha a un amigo dibujante, aunque arrojé una moneda de $1 Bolívar Fuerte con lo cual automáticamente devalué lo recolectado en la jornada por la fuente. “Es increíble lo que hace el turismo” me cuenta mi tío mientras miraba el edificio. Me señalaba una ventana de la fuente y me decía que ahí, hace veinte años, estudiaba. En las noches salía con sus compañeros, algunos con violín en mano, sentados los tres o cuatro abajo, al borde de la fuente. No eran más que ellos y alguna pareja de luna de miel que veía Roma por revistas de National Geographic. Pero llegó internet y las cosas cambiaron aunque la verdad, en ese momento no importaba la masa de turistas sino él y yo, como familia solitarios ambos entre tanta gente. Se despidió en Termini y le agradecí miles el día. Jamás pensé encontrarme una Roma cargada de pequeños misterios y mucho menos pensé encontrarme a un familiar cargado de muchos más grandes como por ejemplo, la sangre.